Como desprendidas de una revista de modas, las peluquerías son páginas capilares que exhiben en sus vitrinas el look de cabezas escarmenadas, aflautadas o reducidas según la jibarización del peluquero. Así, la artesanía del pelo diseña un mapa comercial que conecta en trenzas de desecho los deseos sociales de parecer otro, de querer ser igual a la muñeca Barbie que lee noticias por televisión sin que se le mueva un pelo, aunque estalle por los aires el golfo Pérsico.
Toda una suerte de estereotipos recoge el estilista en catálogos importados y revistas jetseteras, poses hollywoodenses y calcos famosos que desplaza de su glamour a la cabeza de sus dientas. Pero es él quien se mira en la faz ansiosa de las mujeres que engalana. Es su fantasía de diva, mujer fatal, Quintrala o ninfa adolescente que reparte por la ciudad en un desdoblaje de semblantes.
Detrás de la imagen de mujer famosa, casi siempre existe un modisto, maquillador o peluquero que le arma la facha y el garbo para enfrentar las cámaras. Una complicidad que invierte el travestismo, al travestir a la mujer con la exuberancia coliza negada socialmente. Cada mujer tiene en su peluquero un amante platónico, un consejero o pañuelo de gasa que seca sus lágrimas y levanta su ánimo, en una suerte de terapia engatusadora que recubre el demacre con la madre cosmética. Transformándose en una mater de manos peludas, que revierte su Edipo homosexual en la ternura del masaje al cráneo femenino. Con máscaras y menjunjes a la placenta, a la mosqueta, a la tortura de estirados, zangoloteos de celulitis y papadas sueltas. En la vida todo tiene arreglo, mi reina, le repite incansable a todas las mujeres que se entregan a sus dedos de tijera.
Al final hasta la más fea sale a la calle con paso de Miss Universo, luciendo una cara prestada y una mezcla de estilos que confunden su biografía. Y camina toda almidonada mirándose de reojo en las vidrieras. Sin poder asumirse con ese alero de chasquilla o reírse de ella misma, porque al menor gesto la máscara Angel Face se le cae a pedazos. Y no mira a nadie sintiéndose como un travestí en el Vaticano, pensando en que la ciudad entera se ríe de ella, sobre todo el cola que le aforró feroz palo de cuenta, sumando el nombre francés de los productos usados y que ella esta segura los compra en el mercado persa, o donde los chinos que reproducen hasta el vértigo del Empire State.
Y ella, aunque se jura no volver a caer en la seducción del halago coliza y no entrar jamás en esos salones plateados y negros con un cafecito y peceras con dulces y espejos y gomeros plásticos, sabe que volverá el próximo mes a cortarse las puntas solamente. Sabe que sucumbirá en esa danza de manos tarántulas sobre su cabeza, porque la loca la escucha o hace que la escucha, da lo mismo, total ella no tiene a nadie a quien contarle sus secretos, sus escapadas con un amante joven que la hace bramar de gusto cuando el fósil de marido no está.
El peluquero es su confidente y a veces también le cuenta que él se pega sus relinchos. Aquí mismo, en el baño de la peluquería, mi linda, aunque usted no lo crea. Que un corte para un chico que se va al servicio militar y no tiene plata, que yo le digo que todo se paga de alguna forma y después de pensarlo el niño se acomoda frente al espejo y se entrega al revoloteo de arañas que juegan con sus mechones rebeldes. El péndex deja que los dedos le masajeen el cráneo, la nuca y el cuello. Arácnidos de patas velludas que se descuelgan por finas telas hasta los hombros y más abajo soltando los ojales de la camisa. Manos felpudas que se camuflan en la selva del tórax, dedos peluches que siguen bajando en lianas hasta el cráter del ombligo. Pero antes de atrapar el gusano erecto, el péndex reacciona y le quita las manos, le dice que se chante. Primero córtame el pelo y después te hago feliz tocando la corneta. Entonces el negocio del pelo es pura pantalla, mi linda, nada más que pagar cuentas, surtir el stock y comprarse pilchas para ir de sábado en sábado a la disco. El resto de la semana correr de cabeza en cabeza, atender a una rubia y recomendarle el casco dorado con flequillo a lo lady D, garantizándole una corona o banda presidencial, porque su ángulo perfilado o el contorno ario de su barbilla y las celestiales pupilas refrigeradas a lo Tercer Reich y todo eso, preciosa, la facha elegante y semimasculina para imponer respeto. Después llega una vieja a la que se le ocurren visos y hay que ponerle un gorro de goma color piel, con agujeros por donde se sacan mechones de pelo para decolorarlos. Entonces la señora luce como una medusa sidosa, raleada por el deseo de iluminar de rayos su vejez. Porque ella quiere ser rubia, blanquear el cochambre oscuro de su cara con el tono castaño miel que le recomienda el peluquero, así, mi linda, su "tostado natural" se verá más luminoso. Como Celia Cruz, ¿te ubicas?
Pareciera que la alquimia que transmuta el barro latino en oro nórdico, anula el erial mestizo oxigenando las mechas tiesas de Latinoamérica. Como si en este aclarado se evaporaran por arte de magia las carencias económicas, los dolores de raza y clase que el indiaje blanqueado amortigua en el laboratorio de encubrimiento social de la peluquería, donde el coliza va coloreando su sueño cinematográfico en las ojeras grises de la utopía tercermundista.
El mapa urbano de las peluquerías también delata el estatus de su clientela en la elección del nombre. Peluquerías de barrio lucen apodos gastados en su grafía sencilla. Letras manuscritas entre rosas y corazones se leen con voz de vecina como Carmencita, Iris, Nelly, Rita, Fany, etc. Un travestismo doméstico del nombre se poetiza en el chancleteo de dar vuelta la esquina y a media cuadra, al lado del almacén, encontrarse con el mediopelo del salón de belleza. Así fuera una portada de magazine viejo, donde la moda se batió en retirada sepiando el último mechón enlacado de la novia que sucumbió en la cocina grasienta del matrimonio obrero. Pareciera que estas peluquerías calvas develaran la memoria de sueños chascones y utopías despelucadas por el temporal neoliberalista. Como si en el retraso agónico de sus aparatos se descamara el nacarado de la fiesta interrupta, apenas soñada, imaginada bajo los secadores de níquel, hoy escafandras mohosas bajo el mar acrílico de la modernidad y sus electrodomésticos de lujo. Peluquerías pobres, encaneciendo bajo el polvo que agrieta los utensilios. Aureolas de humedad revienen las fotos añejas, pegadas en las murallas, encrespadas con palitos y tubos que ya no se usan, pero sin embargo siguen esperando a la pobladora que insiste en hacerse la permanente, lavarse el pelo con quillay, usar crema Lechuga y pintarse los labios morochos con el rouge ordinario que los aputa desangrados.
Salones de belleza que emigran a los caracoles del centro, cambiándose el nombre y el estilo en un reguero de pinches y orquillas. Como si el reemplazo de los cachureos por los aparatos taiwaneses dejara a medio camino la peineta de cola o la apariencia del peluquero, que ahora bajo el neón ya no se llama Margot, sino que le dicen Juan Alfredo, José Pablo, Luis Alberto. Y le piden hora por teléfono: ministras, diputadas y primeras damas que embetuna complacido, agregándole a escondidas el detalle coliza de su firma.
De esta manera los peluqueros que decoran el orgullo femenino de la belleza acentúan perversamente los tics de la hipocresía social en apariencias suntuosas que al relajarse se develan. Como si de esta forma deslizaran una venganza por el enclaustramiento que los somete a este tipo de oficios decorativos. Labores manuales que por sobre la opción personal o frivolidad de loca, los encarcela en las peluquerías por negación a la educación superior. Profesiones que están signadas de antemano en el lugar que el sistema les otorga para agruparlos en un oficio controlado sin el riesgo de su contaminación. Aun así, las manos tarántula de las locas tejen la cara pública de la estructura que las reprime, traicionando el gesto puritano con el rictus burlesco que parpadea nostálgico en el caleidoscopio de los espejos.
Me encantas, Pedro. Adoro tu realidad en todo lo que escribes.
ResponderBorrarSaludos,
Cata
este comentario esta fuera de lugar , como sin nada te gustara ...es como que a los peluqueros detestaran a las locas y travestis que tanto ensalzas.
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