Él nunca pensó llamarse Berenice, y menos ponerse ropa de mujer. Solamente huir lejos, escapar de todos esos huasos molestándolo, diciéndole cochinadas. Porque él era un chiquillo raro, feíto, pero con un cuerpo de ninfa que sauceaba entre los cañaverales. Un cuerpo de venus nativa que aunque trataba de ocultarlo entre las ropas enormes que le dejaba su abuelo, siempre había algún peón espiando su baño egipcio en las ciénagas del estero. Apenas asomaba su pubertad, y ya se le notaba demasiado su vaivén colibrí en el mimbre de esclava nubla perdida entre las pataguas. Por detrás era una verdadera chiquilla, una tentación para tanto gañán temporero que no veía mujer hacía meses. Hileras de inquilinos que pasaban en la tarde gritándole: Mijito tome esta frutita. Mijito cómase esto, cabrito vamos pa' los yuyos. Por eso al cumplir los dieciocho años se fue, cansado que lo jodieran tanto. Se juntó con un grupo de mujeres que iban a la corta de uva y partió entre ellas riéndose y haciendo. chistes. Se despidió de su tía y del abuelo, que eran su única familia, y dijo que se iba con ellas porque no lo molestaban, que cortar uva no era difícil, y con lo que ganara se iba a comprar un pasaje a Santiago.
Así desapareció de esos tierrales, de ese paisaje alborotado por las chiquillas, las cabras vecinas, sus amigas que lo convencieron que se fuera con ellas más allá de los cerros, donde el campo azulado de viñas congregaba a las temporeras de la zona. Todas esas mujeres de brazos fuertes, señoras de manos verrugosas por el amasijo de tierras y enjundias campestres. Obreras de sol a sol, desmigadas por los surcos de las parras. Hormigas con sombreros de paja, soportando la gota del sopor a las tres de la tarde. Cuando el astro amarillo clava en la frente su espada fogosa. Cuando no, hay ni una sombrita que refresque la brasa laboral, recolectando vides en los parronales enanos. Cuando el sol es el capataz mayor que despelleja la piel con su látigo quemante. Allí solamente una pequeña ilusión es el reparo que amortigua la fatiga. Quizás, un bluyín nuevo para el Luchín que lo tiene hecho pedazos. Tal vez ese mantel colorinche, colgado en la tienda del pueblo, para avivar la mesa. A lo mejor, si alcanza la paga, una blusita, una faldita floreada, un rouge barato, una Crema Lechuga para humedecer los pómulos llagados de amapolas por la irritación solar. Y mucho más, tantas cosas pendientes, tanto milagro de cortinas nuevas y vestiditos para la niña chica. Tanta. ensoñación colgando de unos pocos pesos, del resumen de canastos y canastos que no se alcanzan a llenar en un solo día. Que las cabras más jóvenes lo hacen rápido, corriendo, apresuradas por llenar las javas para juntar la plata y comprarse esa parka de la ropa americana, y esas zapatillas Bata, o las Adidas.
Y entre las muchachas frescas como gajos verdes, casi confundido entre sus ademanes coquetos, el marucho riéndose a toda perla contenta, tirándose agua, alivianando el duro oficio con sus mariguancias de loca, diciéndole a las señoras que no se encorvaran tanto. As¡ no mamita, que va a terminar como un camello. Míreme a mi. Así, sin gibarse, con el espinazo bien derecho. Usted se agacha solamente doblando las rodillas, como si recogiera una flor tirada en el camino. Entonces, las mujeres copiaban sus lecciones muertas de risa, entre aplausos, gritos y besos que se tiraban jilguereando la tarde.
Ese verano de uvas febriles y sudores de mujer le puso el nombre a la Berenice. Ocurrió sin quererlo, sin saber que los treinta y cinco grados de aquel febrero que achicharraba los sesos, se cobrarían una víctima. Un desahucio entre las trabajadoras que caían desvanecidas sobre las matas. Y luego, después de tomar agua y reponerse un rato, volvían a la agotadora corva de recoger. Pero una de ellas, casi una mocosa de frágil corazón, no despertó. Y aunque trataron de reanimarla tirándole agua y echándole viento con hojas de parra, ella pareció hundirse más en el ahogo. Se quedó tan muerta entre los racimos, tan ovalada y mora su cara desafiando al sol. Casi orgullosa de morir así, amortiguada por los algodones jugosos de aquel colchón, vinagre. Entonces, sus compañeras pararon el trabajo y se quedaron tiesas un minuto resistiendo el impacto. Y luego, el estampido de gritos y carreras y averiguaciones de quién era, quién la conocía, quién avisaba a la familia. Qué dirían los patrones, allá en la oficina tomando agua mineral. Esos explotadores de mierda tenían que hacerse cargo de este crimen. Y partieron todas juntas, enrabiadas, empuñando las tijeras de podar abiertas en el aire. Tú no, le dijeron al coliza, tú no eres mujer. Tú te quedas cuidando a la finada para que no se la coman las hormigas. Y lo dejaron de custodio tembloroso junto a la muerta. Porque él nunca había cuidado a una muerta. Menos a ésta, que mirándola bien era bonita. Parece una virgen, se dijo, cerrándole los ojos. Pero para ser virgen tiene que tener un nombre, algún papel de identificación. Y comenzó a hurguetearle los bolsillos del delantal hasta encontrar un carnet agrietado y mohoso. Y en ese momento, al mirar la foto y leer el nombre, nació la Berenice. Se vio reflejado en esa identidad como en un espejo. Y con un poco de imaginación, quizás depilándose las cejas... Podría ser, por qué no. Y no lo pensó dos veces, bautizándose de nuevo con la identidad de la muerta, que agradeció con un beso en la frente aún tibia del cadáver. El resto fue desaparecer de esos lugares, viajar y viajar hasta encontrarse bajo el cielo ahumado de la capital. Su parecido con la fotocarnet lo complementó dejándose el pelo largo y aindiado; un poco de pintura, relleno para el busto y un susurro de voz. Así, como un clavel injertado con rosa, salió a la vida derramando los candores pirateados de su nueva identidad Berenice, la resucitada.
El tiempo en la ciudad es trapo que se gasta rápido, más aún para el forastero que multiplica su pasar en las volteretas de la sobrevivencia. Así repartido, las mañanas desfilan mirando caras famosas en las revistas de los kioscos, leyendo titulares de prensa donde él nunca será protagonista. Pero éste no fue el caso de la Berenice, que saltó a la fama de loca raptora, al aparecer a toda página en las portadas de los diarios. A toda pantalla en la tele, exhibiendo una maternidad eunuca de Virgen María o Madre del Año. Toda concha o tinaja para acunar el niño que se robó de esa casa de ricos, donde trabajaba como nurse en el único laburo decente que encontró en la capital, después de tantos años de pelar el ajo puteando la calle al rumbeo travesti. Porque ella nunca quiso terminar su vida como las otras maracas de nacimiento. Nunca olvidó el sur, ni su cielo nublado, como la cola de un zorro gris enredándose en sus sueños. Por eso le hizo asco a tanto maquillaje, a tanta pintura que se echaban sus compañeras, a tanto tacoalto y pelucas y pilchas brillosas que inútilmente trataban de encajarle. No había forma de quitarle lo campesina, ni siquiera un arito, ni una pestaña postiza para alegrarle los ojos secos de tanto cemento. Ni una sombrita, ni un colorete para avivarle su cara lavada de monja mañanera. Por eso no te pescan los buenos clientes, solamente los pacos de civil y esos mapuches que te confunden con empleada doméstica, le decían los otros travestis. Y al parecer, ése era su futuro. Y no le costó pasar por india trabajadora, de esas que ya no quedan, de esas que nunca piden feriado ni imposiciones para la libreta. De esas que son como brutas para el aseo, que no usan minifalda y no le andan meneando el culo al patrón. Esas indias sanas que se conforman con tan poco, solamente una limosna de sueldo, un cuartucho y la comida. Solamente eso, y todo el tiempo del mundo para amononar a la guagua de la patrona que la Berenice quería tanto. El bebito de rizos dorados que se robó en un arrebato sentimental cuando el crío le dijo mamá. Y ella no lo pudo soportar, no encontró recuerdo donde anidara esa palabrita, y sintió en el estómago una ebullición de ternura, como si la palabra la inflara de capullos que reventaron en rosas por cada uno de sus poros. Ese nombre una vez más le desordenó el mate ya desordenado por tanta mudanza de sexo. Ese mamá le fragilizó al máximo su corazoncito de tenca y no lo pensó dos veces, arrancando con la guagua como si se robara una muñeca de una tienda de lujo. Sólo por amor, sólo por equivocación de teta el bebé le había balbuceado mamá, a ella que jamás cantó ese bolero. Porque allá en el sur, nunca su tia ni el abuelo le dijeron su procedencia. Solamente podía escuchar en el ayer el "maricón huacho" que le gritaban los demás chiquillos. Por eso agarró una ropita, unos ahorros, y se largó con el niñito diciéndole "Que iban de paseo, pip, pip, pip, en un auto feo, pip, pip, pip, pero no me importa, pip, pip, pip, porque como torta". Que iban a comprar dulces, globos, juguetes y todo lo que quisiera. Que lo iban a pasar muy bien en el bus que tomaron rumbo al sur, lejos de Santiago, lejos de los radios dando la noticia del rapto. Lejos de la policía tomando sus huellas, averiguando que la Berenice era hombre. Lejos de la familia del nene llorando, suplicándole al homosexual que no le hiciera daño. Todo Chile pensando lo peor, las aberraciones sexuales más, atroces en manos de ese degenerado. Toda la policía buscándolo, repartiendo por fax a todo el país la cara inocente y sin expresión de una Berenice ausente. Más bien, la fotocarnet de una identidad sepultada allá en el sur, tantos años lejos. Ese rostro muerto de la Berenice original, fotocopiada bajo tierra, perseguida más allí de su desaparición en los doblajes del travesti Quizás rescatada de su anónima fosa, exhumada en la versión maricueca que burló la ficha del documento. Tal vez, revivida, reinventada en la noticia amarilla, por el "loco afán" de una maternidad en la aventura urbana.
Así, ese rostro sureño tensó el cotidiano nacional alarmando las buenas costumbres. Fueron horas y horas bombardeadas por la bulla del rapto que cacarearon los noticieros. En tanto la Berenice, doblemente travestido de mamá, jugaba con su niño en una plaza de provincia. Ambos reían corriendo, persiguiéndose, gritando cascabeleados por la agitación del "Corre que te pillo", llenos de remolinos y pajaritos de papel, pegajosos de nubes azucaradas de rosado sentimiento. Se hartaron de golosinas, merengues y confites, gastándose toda la plata en puros embelecos para la dicha. Le compró un sombrerito de huaso, una capa de Batman, una espada de Ultramán y un gran conejo de peluche que le sirvió al mocoso de almohada cuando agotado se quedó dormido. Cuando cayó la tarde sobre ellos, acurrucados en el banco, perseguidos, sin poder ir a un hotel ni pedir alojamiento en la iglesia. Por eso ahí mismo, anidados en el asiento florecido de juguetes, le cantó el arroró y le susurró el arrurú con su ronquera de mami marica. Chocha como una polla, lo envolvió. de arrumacos tarareándole el «Duérmase mi niño porque viene la vaca a comerle el popó». Y como por encanto, el pequeño parque se detuvo en una campana de silencio, para dejarlos seguir soñando juntos el mismo juego. Así, tumbados de cansancio, la penumbra llegó en puntas de pies y la noche provinciana los arropó con su velo azul en la gran plaza vacía.
Así mismo los encontró la policía, ovillados en la noche del desamparado amor. Apenitas empezado el cuento, apenitas recién cerrados los ojos, cayó el telón para la Berenice apresada en el sobresalto de su captura. Pero casi ni se inmutó, como si despertara a un final de fiesta conocido. Congelada para la foto del diario, entregó al baby como si devolviera un juguete prestado. No hizo teatro, le echó los dulces en los bolsillos, envolviéndole su capa de Batman, su espada de Ultramán y el sombrerito de huaso. No derramó ni una lágrima, le dijo adiós levemente, sin drama. Y solamente se guardó el conejo de trapo, llevándose el olor de su sueño en la piel mojada del peluche.
Acabo de terminar Crónicas de un Sidario, el libro que me faltaba para terminarme a Lemebel. Pintare un cuafdro de Berenice, y buscando su rostro pillé tu blog. Un gusto saber que en Argentina lo conocen, un gusto pensando que leóBerenice allá, acompañandome en mis vacaciones patiperras.
ResponderBorrarUn gusto también que hayas posteado. Me pareció una buena idea armar este blog para que más gente pudiera conocer y leer a Lemebel. En Argentina sus libros son difíciles de conseguir y por eso apuesto a los blogs para difundirlo.
ResponderBorrarTe felicito por la página, me parece una iniciativa super buena para difundir el trabajo de Lemebel.
ResponderBorrarPersonalmente me encanta su obra, el lugar desde el que se situa para escribir es uno al que hace falta tomar mas en serio. Bueno, espero no te moleste que use tu página para una consulta abierta. La cosa es esta:
Ando en busca de un dato un poco freaky, a ver si alguien que lea esto ( o tu mismo) me puede ayudar. La historia de "La Berenice" está basada en un hecho real, yo lo recuerdo, salió en todos los diarios especialmente en los mas sensacionalistas. Lo que no recuerdo con seguridad es el año en que sucedió, sería en 1991, tal vez? Alguien lo recuerda? Busco esta información como dato (detalle necesario) en mi tesis doctoral. Vivo en España así es que no puedo ir buscar a la Biblioteca Nacional de Santiago. Algún chileno con la edad suficiente para recordar esto? Si alguien lo sabe..... Pues eso, gracias por el espacio....Saludos
Si buscas en YouTube la berenice mea culpa esta su historia completa
BorrarBuenisimo
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