Sin querer echarle leña al fuego, más bien soplando de reojo la hoguera que se armó con la pintura postal del artista Juan Dávila, donde aparecía un Bolívar tetón y ligero de cascos, mostrando las nalgas morenas de la utopía latinoamericana. Y hay que ver cómo volaron plumas y corrieron los secretarios de embajada con la postal del libertador en toples. Como si traficaran una pomo donde la historia lucía erótica y coqueta, desempolvada por el bisturí plástico de la Juani.
Ciertamente tal postal es una foto de la pintura de Dávila, que a la vez es una cita de la clásica escultura ecuestre de los héroes, donde el caballo levanta la patita como único gesto homosexual, desde donde la Juani reconstruye con ojo coliza los fantasmas mitológicos de la independencia.
Quizás a la loca siempre se le pasa la mano cuando tiene que maquillar a esa señora pulcra y latera de la historia. La mano de la loca la convierte en vedette, apuntándole el seño hipócrita, inyectándole silicona a sus tetas ralas, a su pecho macho, aplastado por el corsé militar.
Así, la versión homosexual de los próceres, traviste en carnaval maraco el privado de la independencia. Porque no todo fue guerra y jurar a la bandera, como si la patria fuera un convento benedictino. Seguramente los padres putamadres de la patria también tuvieron su noche de celebración, chimba y zamba. Quizás terminaron un amanecer borrachos, con los pantalones abajo, persiguiendo a una sirvienta mulata. Tal vez era un mulato de ojos nostálgicos por Africa, encargado de izar el pabellón en su falo azabache. Quizás Simón no era tan Simón ni Bernardo tan Bernardo, y a José se le escapaba la San Martina, cuando desfilaba la tropa erecta por la calentura de la libertad.
Quién puede impedir que la loca imagine estos bacanales patrios, acercándonos al cuerpo real y sexuado de la historia. Invitando a esas estatuas frías y solas de los héroes a calentar el cuerpo con un meneo. Para qué deprimirse con la difícil unidad latinoamericana y el triunfo del capitalismo; si aún nos queda humor, desacato y cuerda para carretear este fin de siglo. A toda bola Bolívar, a toda verga Bernardo, a la Carrera José Miguel que están sonando las vihuelas en el compact. Sin botas ni escarapelas, a cachete suelto levantando el polvo de la zamacueca.
Quién puede impedir que la mente delirante de la loca enloquezca al bello guerrillero, y se pierda con él en los zaguanes oscuros de la colonia. "O sobre la nieve ay sí, Manuel quién lo diría", cabalgando a poto pelado en una yegua, Jesús María.
Así, el imaginario libertino de la loca redobla la libertad al liberar la libido de los héroes. Devela cierta masturbación de confesionario, de quien observa esta pintura como frente a un espejo. La censura que opera con esta obra, es más bien autocensura, de quien se sorprende pillado en su secreta cochinada burguesa. Porque en última instancia, lo representado es sólo un imaginario como travesía sexual por la historia. Y en su retrospectiva pagana, quita los tules del pasado y reaviva por un instante la fiebre del cambio.
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