Y fue hace tanto que vi a Raquel jovencísima animando una fiesta mechona de estudiantes universitarios. Y por allá entonces, no era tan parada en la hilacha y pasaba como una modelo más que locuteaba esas veladas juveniles del setenta. Ciertamente Raquel de pendeja era bella, pero de esas rucias que se saben bonitas y desde chicas las amononan con cintas y almidones los domingos, prohibiéndoles que jueguen con tierra, se sienten en el suelo, ensucien el vestido con dulces, o se junten con esas cabras piojentas que les pueden pegar los bichos en el pelo dorado; su precioso pelo color miel, lavado con manzanilla para que no se oscureciera.
A Raquel de pequeña la convencieron, con arrumacos y mimos, que había nacido para princesa, condesa o duquesa, en un país equivocado donde la gente es fea y ordinaria. Desde niñita le hicieron el mal de floretearle tanto el ego, pellizcándole tanto sus cachetes de guagua linda, que la afearon con su mueca de orgullo y soberbia que lleva hasta hoy, como un asco social en su boca fruncida de irónica muñeca vieja. Y debió ser que ella se creyó demasiado los halagos por sus ojos verdes y su cuerpo de diosa. Tal vez por eso delineó su vida entre encajes, rulos postizos y modas de pasarela. Por eso llegó a la tele de modelo al programa Sábado Gigante de Don Francisco. Y fue allí donde saltó a la fama cuando chantó al animador que quería verla «mover la colita». Y Raquel en cámara, le dijo que no, descolocando al gordo acostumbrado a payasear con las modelos. Le dijo: no Don Francisco, yo no voy a hacer el ridículo como usted. Y eso bastó para que Raquel saliera con viento fresco del programa, pero también le sirvió para ganarse la fama de haber sido la única que puso a Don Francis en su lugar. Sin duda, esa estrategia le sirvió para que las revistas pitucas la fotografiaran en portada, le dieran pega de maniquí, y por último la llevaran de candidata al concurso Miss Universo. Pero ahí no pasó nada con la belleza egoísta de Raquel, y regresó diciendo: que cómo iba a ganar, si las otras llevaban modistos, peluqueros y chaperonas hasta para lavarles las patas. Cómo iba a ganar, si este país era tan picante que la habían mandado sola, sin maquillador, y al separarse las pestañas con un alfiler, se había pinchado un ojo y tuvo que desfilar con el ojo colorado como un conejo.
Mientras rodaban los años en el Chile aporreado de los milicos, cuando la burguesía quería tapar lo que pasaba con galas fifirufas y pompones fascistas. Cuando la propaganda de la dictadura encontraba eco en esas revistas cuché «para gente linda», ahí estaba la Raquelita sumando su pretensión a ese entablado aristócrata amigote del fascismo. Allí era la esfinge de hielo para los yuppies atontados por su altanera elegancia. Era la más regia, la más top, la más chic de las mujeres chilenas que miraba sobre el hombro al país, apoyada solamente en su frágil hermosura. Y cuando ella llegaba, con su obeso maquillador llevándole la cola, todos los cuícos murmuraban: es ella, Raquel, lo más distinguido que ha dado este país cuma. Es ella, Raquel, la soberbia hecha mujer.
Y no pasó mucho tiempo que el modelo respingón de esta niña con aires de patrona, fue propuesto para interpretar a la legendaria Quintrala en una serial de la teve. Y Raquel, cachando que toda su vida cobraba sentido en la arrogancia despiadada de ese personaje, lo aceptó, pensando que era tan fácil como interpretarse a sí misma, que ni siquiera debía actuar para convencer a medio Chile que ella era la Quintrala actual, y así pasaría a la historia poniéndole su cara y su modo mandón a esa vieja de la Colonia. Y quedó pintada para la memoria nacional, alterando el retrato verdadero con su desdén de liceana mañosa.
En ese tiempo, era extraña la popularidad de Raquel para la gente sencilla que la admiraba por su desplante, pero nunca le entregó su cariño. Ni siquiera cuando campanearon los carillones reales de su boda con un taquillera piloto Fórmula Uno, y toda la realeza chatarra de Santiago fue invitada, hasta el propio Pinochet, que por amurrado la dejó esperando. Tal vez, por todas estas galas fétidas de la elegancia, la gente humilde nunca la quiso, ni siquiera cuando años más tarde se separó del marido tuerca, y ella con la misma altivez declaró que si la odiaban era por envidia, que si hablaban de ella, las críticas le resbalaban por su capa de Giorgio Armani.
Llegados los noventa, se volvió a casar, retirándose de la farándula a una vida rural en el campo chileno. Ya cuarentona, es difícil calzar con la juvenil tele democrática, es humillante volver de animadora después de haber soñado un reino. Luego de haber sido la mujer símbolo de una década fatal, donde el figureo televisivo blanqueaba la masacre en el glamour sangrado de los ochenta. Para la memoria, las fotos de Raquel en medio de ese jet-set revisteril, reaccionario y clasista, documentan en doble faz la mejilla empolvada del estelar, tapando la otra cara tiznada de un fúnebre país, un triste país que veía desfilar los monigotes famosos en la vitrina burlona al compás de la cueca uniformada.
Quizás, su última intentona por volver dignamente a los titulares fue en la pasada elección de alcaldes. Raquel se postuló por el perdido rancherío donde vive. Tal vez, usando la evocación de la Quintrala, quiso hacer verdadera la ficción televisiva, pensando que los huasos eran tan tontos, que ella podría manejar ese pueblo como Scarlet O'Hara en su hacienda negrera. Y fue casa por casa, rancho por rancho, cazando votos para su candidatura. Incluso eligió a una reina lugareña y le prestó el vestido metálico que usó para animar el Festival de Viña. Ese conocido traje de Raquel, que pesaba diez kilos de lata dorada, simbolizando el boom económico de la yupimanía a fines de los setenta.
El día de la elección, Raquel llegó a votar en una carroza vestida de terrateniente, pero los huasos ni se inmutaron, nunca los convenció esa señora extraña y llena de humos. Por eso no la eligieron alcaldesa; para ellos, Raquel sería siempre una hermosa dama envuelta en la frivolidad de la moda, nunca una mujer política.
Es posible que Raquel, tan preocupada del jet set criollo, nunca supo ganarse el afecto popular que no la pasa, que no la quiere, y le devuelve su arribismo derechista al verla ya ajada por su inútil maña de realeza en estos "campos bordados de púas". Pero igual ella quiere ser alcaldesa, Quintralesa, condesa o duquesa. Obtener un título de nobleza que por último rime elegante con tonta lesa.
Me encantó. Te admiro Pedro Lemebel. Tu crónica representa todo lo que pienso de esa mujer, que ha ganado plata a costa de su soberbia, arribismo e inlcuso ignorancia. Hay gente que se queja que nuestro país es picante, y efectivamente el que una de nuestras divas sea Raquel Argandoña, lo hace picante.
ResponderBorrarERES PATETICO.COMO TE ATREVES A CRITICAR A ALGUIEN QUE A TENIDO LA IMPORTANCIA DE LA ARGANDOÑA.YA SEA COMO PRESETADORA,FRIVOLA Y ARROGANTE,O LO QUE SEA.ANTES DE CRITICAR MIRATE BIEN.POR QUE SI ES PARA CRITICAS,NO SALDRIAS BIEN PARADO.AUNQUE TE MOLESTE ESTA MUJER YA ES PARTE IMPORTANTE DE LA HISTORIA TELEVISIVA DE NUESTRO PAIS.Y LO SEGUIRA SIENDO.HASTA HOY EN DIA NUESTRO HIJOS SABEN QUIN ES LA ARGANDOÑA.APAREZCA O NO EN TELEVICION.PERSONAJES COMO ELLA DIFICILMENTE SE OLVIDAN.ASI ES QUE PUDRETE EN TU ENVIDIA.MANUEL BUSTAMANTE.GERONA-ESPAÑA
ResponderBorrarHola! Primero que todo decir que la ortografía en una crítica es impresionante! Si quieres que tú critica sea buena y de mayor validez podrías practicarlo!
BorrarSolo es tu pensamiento sobre alguien de la diminuta farandula chilena. SI, concuerdo con que Raquel si es conocida y hasta un adolescente de hoy en dia sabe quien es, pero aparte de eso NADA MAS.
ResponderBorrarA Manuel, no engendremos mas sentimientos o pudriciones contra otros seres humanos. Es bueno respetar otras opiniones. Son personajes publicos que estan y seguiran expuestos a la opinion publica.
Buen blog, me entretuve leyendo.
Yo te admiro tambien Pedro Lemebel y encuentro que eres un gran escritor, me encanta como escribes; encuentro que eres un genio. Pero aca te caistes en este reportaje a esta mujer llamada Raquel Argandoña, no debieras haber perdido tu precioso tiempo escribiendo de esta "Señora" (ahora, que esta en la decadencia absoluta y que no haya ya que hacer para seguir en la palestra, ni las cirugia plasticas (que ya sonvarias), le han servido y anda haciendo "programitas", (el tiempo pasa la cuenta)y ahora solo hace noticias cuando se pelea con su amante el que comparte con otra mujer.
ResponderBorrarRaquel tu tiempo ya paso y la gente te recordara (si es que...)mas por lo malo que por lo bueno. Ya que tu no has aportado nada a la historia de este pais; solo tus escandalos.
Lo encuentro súper bueno lamentablemente hasta hoy en chile vivimos en la impunidad y ella se dedicó a desinformar lo hace hasta el día de hoy. De alguna manera que no terminen impunes los los infeliz que son parte de encubrir la violación a los derechos humanos. Gracias pedro lemebel por poner en su lugar a los fascistas a través del arte. Besos al cielo
ResponderBorrar