sábado, abril 01, 2006

Cecilia Bolocco (o "besos mezquinos para no estropear el maquillaje")

Y fue durante el reinado de Pinochet, cuando a Cecilia la coronaron Miss Universo. Y Chile por fin respiró tranquilo, por fin le había achuntado a un título mundial de belleza, después de tanta decepción con las niñas lindas que se mandaban. Todas rubias, todas estiradas como jirafas flacuchentas del Villa María o las Monjas Inglesas. Todas bellas y fruncidas con esa mueca de asco que tiene el riquerío. Todas con la mandíbula caída diciendo: mi nombre es Pía Lyon y represento a Chile. Estoy en contra del divorcio, me gustan mucho los niños, soy apolítica, admiro a la madre Teresa de Calcuta y al Papa Juan Pablo Segundo. Muchas Gracias.

Así, por años para el mundo, la mujer chilena fue ese esqueleto vestido de huasa, aireando su altivez con la banda tricolor en las pasarelas. En cada elección de Miss Mundo o Miss Universo, veíamos partir a las niñas de la revista Paula con su chaperona y el modisto llevándole en el ajuar el traje típico inspirado en La Tirana, o el vestido pascuense con plumas de ganso que sofisticaba la totora isleña. Se iban tirando besos mezquinos para no estropear el maquillaje preciso, para decir lo justo, y representar con clase la belleza hipócrita de la burguesía chilena. Así mismo las veíamos regresar, afeadas por la pica de la derrota, declarando que habían perdido dignamente, que nunca habían aceptado invitaciones fuera de concurso, que se acostaban muy temprano con las gallinas, que tal vez esa chula venezolana había ganado porque le hacía ojitos al animador. Y la negra quedó finalista porque se arrancaba en las noches con un jurado. Y esa china que salió Miss Simpatía, para qué hablar pos oye.

El caso de Cecilia Bolocco no fue la excepción, ya que su belleza aguachenta era similar a la de las misses anteriores. Pero de tanto insistir con esa imagen de barbie sin drama, de tanto copiar el modelito castaño claro, seminatural, casi saliendo de la ducha, y sin opinión polírica. Sobre todo eso, le machacaba la chaperona a la Ceci en las entrevistas. Ni hablar de la situación de Chile que, por esos años, se peleaba a bombazos su vuelta a la democracia. Menos opinar sobre el aborto y esos horrores que discuten las feministas. Porque una reina no tiene opinión, solamente habla de las bondades de su tierra: del clima, del paisaje, de los copihues, del vino y sus lindas mujeres. Todo en orden, todo tranquilo gracias al gobierno militar.

Al parecer, Cecilia se aprendió bien la lección, fue el resumen de todas las chilenas pitucas que desfilaron sin éxito en la pasarela dorada. Más bien, la eligieron Miss Universo de cansancio. Y ella hizo el teatro de la emoción cuando escuchó su nombre, cuando derramó una lágrima, sólo una lágrima que se congeló en su mejilla empolvada como homenaje a la cordillera. Y con la corona chueca, su voz quebrada dibujó un Viva Chile en el beso palomero que le mandó a la dictadura, al tiempo que se inundaba de nostalgias quincheras.

De regreso al país, lo primero que hizo fue visitar al dictador que la recibió en palacio retratándose con ella como emperador y soberana. Y todos vimos a nuestra Miss Universo acaramelada posando con Augusto. Y todos sentimos la misma decepción al verla tan sonriente avalando la pesadilla de aquel mandato. Y todos la olvidamos, borrando de un aletazo la alegría patria que experimentamos la noche de su triunfo.

Los años pasaron, llegó la democracia y Cecilia se fue a Estados Unidos donde la contrataron para hacer televisión. Vino la Guerra del Golfo y ella apareció por la CNN narrando con simpatía el vuelo de los cadáveres destrozados en el aire. Como si contara una película, su acento Miami describió fríamente el horror de esas escenas negadas por la cadena de TV. Ahí supimos que nuestra reina había dejado atrás la timidez del colegio de monjas, se veía más segura hablando con ese timbre de cubana exiliada. Incluso filmó una teleserie para el mercado latino; un culebrón sensiblero donde hizo de una regia malvada que tanto humilló a la pobre y sencilla Morelia.

Actualmente, en el devenir político de los acontecimientos, se ve bastante cambiada animando la tontera chistosa de la pantalla chilena. Pareciera otra, compartiendo las tallas sin gracia de los humoristas de turno. Seguramente, a la Ceci no le quedó más que hacerse la popular para que la gente olvidara la reaccionaria adhesión que manchó su reinado. En todo caso, su tiempo de soberana se terminó, igual que la dictadura, y la corona de reina sigue esperando a esa mujer, ni tan alta, ni tan espigada, que en algún rincón de este suelo, sus negros ojos tristes bordan la tarde con su anónimo pasar.

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