Año a año, el rito carreteado de las procesiones congrega la misma turba de fieles que, desde temprano, espera el paso glamoroso de la Virgen del Carmen. La Patrona de Chile, la bella aparición que corona el largo desfile de colegios, bandas de scout, seminaristas de ojos lacios por el celibato, bomberos en traje de gala, monjas sufrientes y toda la alegoría religiosa que cruza el centro de Santiago en el ondear de los pañuelos.
Al compás de pitos y redobles de tambores, aleluyas y marimbas de orfeón; la arqueología aristócrata desfila cargando rosarios, estandartes, pendones dorados y heráldicas de alcurnia. Señores grises del Opus Dei y damas enjutas, torcidas por el servicio social y la caridad conservadora. Las mismas señoras de verde, amarillo y rosado; todas teñidas de rubio ceniza, todas de collar de perlas cultivadas, todas respingonas oliendo a polvos Angel Face. Casi todas con su empleada mapuche caminando dos pasos más atrás, arrastrándola a la fuerza para evangelizarle las mechas tiesas. A ver si la india cabizbaja, se conmueve con el radiante fulgor de la santidad. A ver si la convence la virgen en persona. La reina del ejército, que le salvó la vida al general Pinochet en el atentado extremista. La inmaculada que se apareció a los soldados patriotas en plena batalla, por allá en la Independencia. Tan divina de café y amarillo cuando no había tele a color. La madre del Carmelo, la más elegante, la más regia y española de ojos celestes que mira sobre el hombro a toda esa patota de vírgenes ordinarias; vírgenes de población, vírgenes de gruta, vírgenes de animita, cholas de ollín y desteñidas por la intemperie. Vírgenes huasas de Andacollo, Pelequén, Las Rosas, Las Vizcachas, Peña Blanca. Vírgenes que salen como callampas a pedir del populacho. Fíjate tú. Lo único que falta es una virgen de la marihuana para los volados. No te digo. Tanta virgen de medio pelo, aparecida de última hora. Como esa Tirana del norte, sin apellido, con pregando a tanto roto, a tanto punga, que con la excusa de la manda, se lo pasan tres días borrachos, comiendo a destajo, drogados y felices bailando esas danzas paganas a toda pampa, los herejes.
Así, para Chile, la madre de Cristo tiene variadas representaciones de todas las categorías; siendo la Señora del Carmen la patrona oficial que cuenta con un séquito de camareras. Algo así como un fans-club de señoras pitucas encargadas del ajuar sagrado. Ser camarera de la virgen casi asegura un bungalow celestial, sólo por mantener los terciopelos limpios, desempolvar los rizos de la peluca, ponerle naftalina a los pañales del niño, y una vez al año, desfilar con el escapulario en el pecho, que las distinguen como siervas de la imagen que se tambalea en los andamios floridos.
Escoltada por cadetes de la Escuela Militar, la imagen religiosa recorre la ciudad bajo una nevada de pétalos. Antes que ella, ya han pasado otros altares móviles, como el Angel de Chile que arranca aplausos ataviado con el pabellón nacional, la coraza guerrera y su minifalda recatada. Reflejado en los cristales del Citibank, el arcángel se convierte en el Titán Neoliberal que salvó la economía de la herejía marxista. Se parece a Ultramán, repiten los niños encandilados por sus ojos de vidrio, que miran turnios alguna mosca en el altísimo. Más atrás, meneándose tiesa, la Sagrada Familia reparte la postal doméstica, el tríptico conservador que panfletea la derecha en democracia. A su paso de yeso colorido, la familia chilena se reconcilia con la prédica de los altoparlantes, los Ave Marías y todo el jolgorio de la fe, que rumbea con los acólitos al vaivén fragante de los incensarios. Las estatuas milagrosas opacan a los maniquíes de las vitrinas, la piedad contrasta con la policía conteniendo a la multitud, y los saludos de los cardenales miden popularidad en los aplausos del rating callejero. También el alcalde, en tenida sport, reparte cruces a los comerciantes ambulantes que mandó desalojar de ciudad gótica; sólo faltan Gatúbela y El Guasón.
Al final, grita la gente, viene la Virgen del Carmen envuelta en un fogonazo de flores amarillas. Tan linda ella, como un cisne blanco. Tan super star, como una miss extranjera que visita Chile, que no pisa el suelo porque sólo viene de paso.
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