domingo, abril 30, 2006

"Solos en la madrugada" (o "el pequeño delincuente que soñaba ser feliz")

De encontrarse en oscuridad de telarañas con un chico por ahí. De saber que éramos dos extraños en una ciudad donde todos somos extraños, a esa hora, cuando cae el telón enlutado de la medianoche santiaguina. Y cada calle, cada rincón, cada esquina, cada sombra, nos parece un animal enroscado acechando. Porque esta urbe se ha vuelto tan peluda, tan peligrosa, que hasta la respiración de las calles tiene ecos de asalto y filos de navaja. Sobre todo en fin de semana de invierno, caminando en el cemento mojado donde los pasos resuenan a fugas aceleradas porque alguien viene, alguien te sigue, alguien se acerca con un deseo malandra y negras intenciones. Y al pedir un cigarro, uno sabe que la llama del fósforo va a iluminar un cuchillo. Uno sabe que nunca debió detenerse. Pero estaba tan cerca, a sólo unos pasos, y al decirle que fumo Life, para que supiera rni estado económico, igual me dice que bueno aspirando mi tabaco ordinario, igual me busca conversa y de pronto se interrumpe. De pronto se queda en silencio escuchándome y mirando fijo. Y yo, tartamudo, lo cuenteo hablándole sin pausa para distraerlo, pensando que viene el atraco, el golpe, el puntazo en la ingle, la sangre. Y como en hemorragia de palabras, no dejo de hablar mirando de perfil por dónde arranco. Pero el chico, que es apenas un jovenzuelo de ojos mosquitos, me detiene, me chanta con un: yo te conozco, yo sé que te conozco. Tú hablai en la radio. ¿No es cierto? Bueno sí, le digo respirando hondo ya más calmado. ¿Teníai miedo?, me pregunta. Un poco, me atreví a contestar. A esta hora es muy tarde y uno no sabe. No te equivocaste, dijo soltando la risa púber que iluminó de perlas el pánico de ese momento. Yo te iba a colgar, loco, agregó sonriendo. Mostrándome una hoja de acero que me congeló el alma colipata. Te iba a hacer de cogote, pero cuando te oí hablar me acordé de la radio, taché que era la misma voz que oíamos en Canadá. Pero la Radio Tierra es onda corta y no se escucha tan lejos. ¿Estuviste afuera? No, ni cagando, yo te digo en cana, en la cárcel, en la peni, tres años y salí hace poco. Me acuerdo que a las ocho, cuando dan tu programa, adentro jugábamos a las cartas, porque no hay na' que hacer. ¿Cachái? La única entretención a esa hora era quedarnos callados pa' escuchar tus historias. Habían algunas re buenas y otras no tanto porque te ibai al chancho, como esa del fútbol o la de Don Francisco. Ahí nos daba bronca y apagábamos la radio y nos quedábamos dormidos. Pero al otro día, no faltaba el loco que se acordaba y ahí estábamos de nuevo escuchando esa canción. ¿«Invítame a pecar», se llama? La única vez que no pudimos escuchar, fue cuando un loco agarró a patas la radio porque estaba hablando el ministro de justicia, y pasamos como un mes con la radio mala, hasta que la mandamos a arreglar al taller de electricidad. A veces alguien estaba preparando comida y hacía sonar las ollas y lo hacíamos callar para oír bien, porque tu radio se escucha pa' la goma. Otras veces se. escuchaba clarita, pero los otros presos andaban amargados pateando la perra porque les habían negado el indulto, porque no tenían visitas, porque el abogado les pedía más plata, o porque los gendarmes güeviaban tanto. Ahí, antes que estallara la mocha, yo agarraba la radio cassete y la ponía bien bajito debajo de las frazadas pa' escucharte.

Ibamos caminando por la calle húmeda, estilada de estrellas, libres en la noche pelleja del Santiago lunar. No había pasado más de una hora desde ese aterrado encuentro, y ya éramos cómplices de tan-ios secretos suyos, de tanta vida aporreada por sus cortos años chamuscados en delincuencia y fatalidad. Y qué otra cosa voy a hacer, me dijo triste. ¿Cómo voy a trabajar con mis papeles sucios? En todas partes piden antecedentes, y si me encuentran los pacos les tengo que mostrar los brazos. Mira. Y se levantó la manga de la camisa y pude ver la escalera cicatrizada de tajos que subían desde sus muñecas. Uno se los hace para que no te lleven preso y te manden a la enfermería. Pero cuando los pacos te ven las marcas, te mandan al tiro pa' dentro. No hay caso, no puedo salir de esto. Es mi condena. Pero se pueden borrar con aceite humano o rosa mosqueta, le dije como en secreto. No resulta, igual vuelven a aparecer las cicatrices, por eso en verano no uso manga corta.

Era tan joven, pero una llaga de amargura trizaba su boca de niño punga, su sonrisa morena de labios torcidos por la hiel del arrollo, su media risa menguada en el aluminio escarlata de la luna en acecho que acompañaba nuestros pasos al filo del amanecer. Te fue mal esta noche, le murmuré aterciopelado para sacarle una alegría. No importa, te conocí a ti, y te voy a dejar a tu casa para que no te pase nada. Ya estamos llegando, suspiré, así que déjame aquí no más, le alcancé a decir antes de estrechar su mano y verlo caminar hacia la esquina donde giró la cabeza para verme por última vez, antes de doblar, antes que la madrugada fría se lo tragara en el fichaje iluminado de esta ciudad, también cárcel, igual de injusta y sin salida para este pájaro prófugo que dulcificó mi noche con el zarpazo del amor.

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