Gran paraguas de lamé esta fantasía morocha que recorre los barrios, que de plaza en plaza y de permiso municipal al sitio eriazo hace estallar la noche en la carcajada popular de la galería. Cuando la loca de la cartera tropieza, se le quiebra el taco, parece caer y no cae corriendo, encaramándose en los tablones de la galera, persiguiendo su cartera que vuela de mano en mano abriéndose, desparramando un chorizo de sostenes, medias, calzones, agarrones y gritos en la fiesta de la carpa travesti.
Así desfilan por la pista iluminada las divas que fueron grito y plata en otras primaveras. Las súper novas del transformismo, las mariposas nómadas, que dejaron un rastro de lentejuelas y amores de percala colgado frente al ojo turbio del océano.
Hace unos cuantos años, Timoteo travistió al payaso e inventó este circo en algún cerro de Valparaíso. Con un mono raquítico, un lanzallamas defecando fuego, un trapecista epiléptico, y unas cuantas palomas que giraban en un carrusel. Pero el espectáculo seguía siendo triste; y las palomas eran aves grises y aburridas que tuvo que reemplazar por otros pájaros de corazón más violento. Una trouppe de travestis semicesantes y maltratados por el tornasol opaco de los años. Una cabalgata de la nostalgia que lampareó desde su ocaso la chispa multicolor del Hollywood tercermundista que necesitaba el espectáculo.
Desde entonces la Fabiola de Luján, el cetáceo dorado de la noche, adormece con su bolero la difícil existencia de los espectadores. Desde entonces el/ella, desbordante en su paquidermia, va rifando la botella de pisco equilibrada en las agujas de los tacos. Va ofreciendo los números mientras trepa la escalera de tablones entre la gente, contestándole al que le grita guatona, que ella con su guata se fabrica unas exuberantes tetas. "Y vos con esas bolsas entre las piernas no hacís na". Entonces estallan las risas y entre talla y talla las familias pobladoras se olvidan de la miseria por un rato, después se van a sus casas soñando con el resplandor emplumado del trópico latino. Como si el ladrido de los perros redoblara en la asfixia de esos tierrales el eco de una queja en maricovento de rumba, en megáfono mariposón que salsea la Rosa Show trinando "así papito", como un colibrí en el lodo. Como si el charol impostado de esa voz masculina fuera el bálsamo suavizante del dolor pobre, y no importara su carraspeo de laringe sucia en el sube y baja de la nuez del cuello afeitado que repite: "Por qué se fue"..."Tú lo dejaste ir"... "Ahora nadie puede apartarlo de mí".
Así corre la fiesta entre los mambos de la Vanessa agitando las perlas de su bikini en la cara del algún obrero, las cabritas que venden las propias luminarias y los rugidos de un puma coliza, que tiene el circo para animar la matiné de los domingos. Un día en la semana que el travestismo se saca el rouge de los labios, para convertirse en hada madrina de la infancia deshilachada por la desnutrición.
De esta manera la fama del circo Timoteo ha atravesado los márgenes, y del mito folclórico, camuflado en el óxido de sus timbales, el chisme social lo lanzó al estrellato. Las filas numeradas de la platea, generalmente vacías, se fueron copando de un público menos moreno que bajando de sus barrios pudientes, abarrotan las noches de sábado el hongo viciado de la carpa. Otra clase social redobla el perímetro de la pista, tratando de apropiarse de una latencia suburbana que no les pertenece. Estacionan sus autos Lada en el barro y sujetan sus carteras y abrigos con el terror de ser asaltados en estas latitudes. A veces llueven fotógrafos y periodistas que invaden con su ojo voraz la intimidad de las carpas, ofreciendo esto y aquello, con tal de captar en sus cámaras taiwanesas el desborde genital que devela el fraude plateado de la diva.
Así de viernes y sábado con funciones repletas, un día llegó el contrato para hacer una temporada en un conocido teatro de Santiago. Entonces el camión de Timoteo, cimbrándose cargado de pilchas, replegó la falda de la carpa, y enfilando hacia el centro tomó por la Alameda, y después por calle San Diego, hasta detenerse bajo la marquesina del teatro Caupolicán, que encendió en mil ampolletas sus Águilas Humanas con el magnesio falso del travestismo. Pero al correr las funciones bajo el techo de cemento, la gran concha acústica del anfiteatro se fue tragando la precaria voz de la Rosa Show, imitándola burlesca en el eco infinito del espacio vacío. Al pasar el tiempo, se fueron dando cuenta de que algo no funcionaba en ese lugar grandilocuente. El público estaba tan lejos y a la distancia eran desconocidos. Hasta la Fabiola de Luján se veía minúscula en el centro de esa catedral. Y se fue enflaqueciendo día a día, marchita como las plumas lloronas a falta de tallas o piropos. Todo quedaba reducido en ese escenario tan iluminado y la loca de la cartera se cayó de verdad, y casi se quiebra la crisma encandilada por tanto foco. Bajo ese relámpago de fichaje, todo truco de cosmética se revenía en llagas y surcos por donde la pintura se descorría en lágrimas sucias, retornando la máscara glamorosa al payaso triste. El doble sentido del humor quedaba colgando en una interrogación absurda, que devenía en pifias y aplausos desanimados. Entonces cayeron en cuenta de que el detonante del show era el contacto directo con la familiaridad hacinada bajo la carpa. Por eso un día el camión con estrellas pintadas regresó por donde vino, alejándose del centro en un reguero de plumas mostacillas y costras brillantes.
Así el circo Timoteo sigue circulando en casi todas las poblaciones de la periferia, como una corriente de aire vital que se ríe libremente de la moral castiza. Un escenario de travestismo que se parece a cualquier otro, pero sin embargo, por estar confrontado a la penumbra del excedente social, se transforma en radiografía que vislumbra el trasluz de una risa triste. Mueca quebrada por el áspero roce que decora sus bordes. Un flujo que fuga lo precario en una cascada de oropeles baratos, donde las pasiones y pequeños deseos del colectivo se evacuan en la terapia farsante del arte vida, del taco plateado en el barro, del encaje roto, la pluma de plumero y los parches de la carpa donde se meterá el viento y la lluvia del invierno. Glamour entumecido que compite con el relámpago de la televisión y le gana, porque los vecinos entre engaño fluorescente y mentira conocida, eligen la dura tabla de la galera para jugar al insulto, que es revertido con la agilidad teatrera de la daga punzante. Así transforman la desventaja transexual en metales de aplausos, que los hacen volver una y otra vez al escenario para mariconear otro poco.
Por eso cuando la carpa se ha marchado, el sitio eriazo retoma su palidez de desamparo, la miseria no garantizada de vagabundos que encienden una fogata en espera del regreso de Timoteo. Como un saludo de brasas para sus reinas y una estrella de fuego para el cielo de su memoria.
Muy buena idea la de este blog, mis felicitaciones.
ResponderBorrarSaludos
necesito encontrar al señor pablo andres ramirez ramirez.....del circo chow timoteo....de los vilos---
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