jueves, marzo 30, 2006

El romance musical de los sesenta (o "los dientes postizos de la Nueva Ola")

Las estrellas del espectáculo chileno reflejan visos opacos de olvido o brillantes de triunfo de acuerdo a la adhesión popular que los encumbra o los entierra, según factores biográficos que recuerdan aquella cancioncita que te cantaba al oído, en el parque, aquellos años. ¿Te acuerdas? Pero no es solamente la nostalgia frambuesa o la promoción empresarial del artista lo que confirma o borra su evocación musiquera. También los sucesos políticos y sociales que los identificaron, hacen más duradera su fama, o la terminan, a pesar de la insistencia amigota de convidar a la estrella gastada una y otra vez al mismo programa.

Con la Nueva Ola pasa un poco eso, la obsesión comercial que desempolva ese arrugado grupo de veteranos teenagers, para reflotar una época para muchos feliz, especialmente para cuarentones que agotaron en el twist toda su rebeldía juvenil. Justo antes que viniera la escandalosa hippiemanía, justo allí se quedaron mascando chicle y tomando refrescos, mirando a los chicos malos del setenta que se venían con unas ganas de cambiarlo todo, a puro L.S.D., mariguana y estridencia rockera. No se la pudieron con la época, se quedaron pegados en la moto vespa, la corbatita fruncida y el corazón de caramelo. Jubilaron en su pequeñez del romance para suspiros juveniles. La Nueva Ola fue una manga de artistas popotitos y gotitas de lluvia en la ventana, la balada-manía que nunca se comprometió con los cambios sociales. Los mismos que reaparecen de vez en cuando rememorando esos años felices. Tan ambiguos y complacientes, que pueden volver en cualquier época. Tan apolíticos, que pueden sonar sus canciones en un orfeón militar o en el compact de la democracia. Para todos los gustos, tanto para el quinceañero que le da el gusto al papá, aprendiendo en guitarra la cancioncita cursi que el viejo le cantaba a la mami, como también para esos matrimonios que bailan el "Te perdí" tratando de agarrarse de los flotadores de la celulitis. Una música para todos los tiempos, que resiste todos los cataclismos políticos sin que se le caiga un pétalo de su cereza corazón. A lo más "la Pera madura" de Sergio Inostroza, que se hizo himno oficial de las concentraciones antidictadura. Con su estribillo "Y caerá, caerá, caerá" que coreaba todo el mundo para la pica de los pacos. Pero eso no más, porque el resto de nuevaoleros nunca participó de ninguna trifulca ideológica. Al contrario de una parte del neo-folclore que nació politizando y recontra izquierdista. A todo poncho, a toda metralla mierda y vamos de Vietnam a la salitrera, del campamento a la reforma universitaria. Así Víctor, el Quila, Rolando y tantos otros, pagaron con la muerte, el exilio y el olvido, la osadía de soñar un mundo más justo, una utopía social para un Chile que se resiste a recordar las barbas de la rebelión. Un Chile anestesiado por el cancionero fácil, que tartamudea incansable la misma depresión de amor, la misma letra tonta del me dejó, yo le mentí, y por eso me pasa. Y ni siquiera alcanza a ser el desrajado malamor de la ranchera mexicana. Porque este silabario musical chileno es apenas un cortejo asexuado y tímido que interpretan niñas de falda Chanel y jóvenes de pelo pegado. Como si cantaran para parecerle bien a alguien, a algún director de televisión que programa la música sin ganas del espectáculo y el marketing. Así, la vieja Nueva Ola sigue sonando en las radios en programas del recuerdo o en nuevas versiones de sus antiguos éxitos. Sigue sonando como lo que siempre fue, el analgésico melódico para una época de conflictos que despolitizó a aquella hula-hula generación.