domingo, abril 02, 2006

La tristeza de Bambi (o "una estrella sudaca en el cielo europeo")

Uno se va enamorando de verte traficado por la pantalla Zamorano, te va queriendo al recorrer la ciudad y a cada paso toparse con tu carita de pobre, maquillada de color, en el poster que alfombra las cunetas. Uno te imagina tan solo Bambi, en los estadios europeos llenos de rubios. Y se pregunta qué fue del jilguero flaco de Maipú que correteaba la pelota en el potrero. Ese cabro pálido y ojeroso que a pura paja soñaba el mundo desde su comuna perejil. Que de un día a otro saltó a la fama con el baile pelotero de sus canillas. Única meta de esa adolescencia de orejas escarchadas por el invierno de la escuela pública. El sueño de los chicos pobla, que quieren ser estrellas del balón con el bolsillo lleno y el corazón contento. Esos pendex que se fugan de la clase saltando las rejas y se ponen a pichanguear sofocados por las ansias de verse en la Selección Nacional. Porque ellos saben que del barrio rasca a la universidad hay un tajo difícil de saltar, cuando hay tantas deudas y el salario apenas alcanza para los zapatos de fútbol, para que Iván no destruya los del colegio.

Entonces nadie hubiera apostado por ti, en esa población donde los vidrios corrían peligro y las viejas no te entregaban la pelota plástica que rebotaba en las puertas. Nadie te hubiera pensado hablando con el Rey de España a ti, que hiciste del juego una profesión chorreada de dólares para llevarte a tu mamá a ese super barrio de Madrid. A ese departamento alhajado con máquinas automáticas que lo hacen todo, que la condenan a un ocio burgués que ella amortigua decorando sus cubiertas con perritos, fotos y flores plásticas, para no ser tragada por la modernidad europea. Una forma de preservar la memoria poblacional del pañito tejido que proteje el televisor para no que se raye. Su ternura kitch que contrasta con la frialdad del lujo arribista. Para que las vecinas de Maipú no digan que la mamá de Iván se transformó en una vieja pituca. Cuando la ven por la tele, entre picadas y orgullosas, comentan do que el hijo la tiene como una reina, que ya no se marea con los aviones, que sale a comprar sola en esos enormes supermercados, que Iván la pasea en su auto lujoso y a veces también le piden autógrafos. Pero aun así, ella no se acostumbra, y soporta la nostalgia para que Iván no se sienta tan solo.

Quizás Bambi, aunque pasaste a ser un personaje top; algo en ti no ha cambiado, y a través del cable los tierrales secos de Maipú aún te enrojecen la mirada. Aún algo incierto acompleja tu risa, como si todavía soñaras y en cualquier momento el destino de pobre te fuera a pegar su coletazo. Hace algunos años, ese miedo fue un calambre que no te dejaba meter el gol. Era una nube de polvo nublando el arco, y todo el estadio que voceaba tu nombre se convirtió en enemigo. Pasaban los meses, los partidos, la hinchada esperando el gol, Chile esperando que Bam Bam no dejara mal al país que le va tan bien en su economía. Se corrían rumores que el Real Madrid iba a devolver al sudaca. En Santiago las malas lenguas diciendo que era puro bluf, con sus ternos Pierre Cardin, las corbatas italianas, su peinado chulo y sus declaraciones con acento madrileño de roto que se cree Julio Iglesias.

Tenías a todo el país haciendo mandas para que se te pasara la depre, la nostalgia hundiéndote en un vacío sin goles. Los diarios publicaban un presunto hechizo. Pero la verdad Bambi, es que en esos meses viste el reverso de la fama, el desprestigio porque no dabas bien un par de patadas. Supiste entonces, que tus pantorrillas eran un futuro incierto, un pálido regreso sin gloria. Por eso un día cualquiera, se te escapó el indio en un juego de piernas, y el balazo de gol rajando la malla. Y otra vez los aplausos, los aeropuertos, las cámaras y tanto cabro chico tratando de agarrarte la mano en los orfanatos que visitas. Otra vez la prensa futbolera te retrata aéreo en las acrobacias. Reapareces fotografiado con una modelo taquilla que te cuelga la chimosgrafía. Una Barbie dorada que contrasta con tu tipo feúcho de poblador achunchado que contesta: "sólo somos amigos". Nadie sabe el nombre que hace crujir tu corazón Bambi; tampoco a nadie le interesa tanto, mientras sigas siendo la esperanza latina, la estrella de Maipú que brilla levemente triste, y lejos de este país de largos sudores fríos.