viernes, mayo 19, 2006

Viña del Mar (o "un jardín en huelga de aburrimiento")

Hay ciudades que son paréntesis en la desmembrada costa social del paisaje chileno. Lugares que se apellidan de ciudad sólo por tener la concurrencia veraniega que llena sus pubs, discoteques, paseos, hoteles y callecitas recortadas por la foto turista. Balnearios donde anidó la nata cursi del novecientos, la crema fragante de lirios, peonías y quintas de reposo donde se doraba la guata floja el pituquerío nacional. Los Vergara, los Echaurren, los Concha Cazzote, los rucios colorados de etiqueta que pasaban medio año en Europa y unos meses en la Viña del Mar de sus amores. Casi Punta del Este, casi Biarritz, casi Acapulco, a no ser por el charchazo helado del Pacífico, siempre violento, siempre recordándoles que estaban en una lombriz de país sudamericano con cierto aire europeo.

Y cuesta un poco ubicar a los viñamarinos clásicos en el zoo local, Cuesta entender su chouvinismo de provincia, donde el reloj florido de Caleta Abarca es la insignia ordinaria que marca la hora del té en el Samoiedo. La hora del típico paseíto de los hijos de marinos con sus pololas lánguidas por la calle Valparaíso. El boulevard viñamarinense siempre concurrido, siempre chismoso en el cotorreo jaibón de las viejas con perros y empleadas de uniforme almidonado llevándoles los paquetes. Las señoras viñamarisinas, de pelo lila, comentando: te fijaste Lucrecia en la cirugía estética hecha bolsa de la Perla. Poco le duró el dineral que le pagó a Pitanguy. Mejor se hubiera quedado con el saco de arrugas. Da tanta pena verla, que mejor hacerse como que uno no la ha visto. Mejor seguir recorriendo las riendas de Viña que nada tienen que envidiarle a las boutiques de Providencia, tan grasientas de smog.

Desde Santiago, este balneario con clase y tradición sólo existe en plenitud en la época del festival en la Quinta Vergara. Pero entonces, los finos viñamaricuicos abandonan sus paseos atestados de rotaje y fans pelientas que aullan frente al Hotel O'Higgins por un autógrafo. Ellos emigran a Cachagua o a los lagos del sur, hasta que pase la ava lancha plebeya y festivalera. Sólo regresan en marzo, para matricular a los niños en los Padres Franceses, y retomar la plácida modorra de sus vidas con olor a Flaño y café cortado. En realidad, el tiempo en la ciudad jardín nunca pasa, porque en ese invernadero marino nunca pasa nada. Nunca cruzó la historia por el ocio de sus avenidas. Jamás hubo protestas ni trifulcas en la dictadura, nunca hay manifestaciones, ni tomas de colegios, ni huelgas, ni paros, porque allí siempre todo está en huelga de aburrimiento, como detenido, como esperando ser fotografiado en el remojo burgués del recuerdo turista.

Por Viña no pasó la historia del 73, porque quizás el golpe de Estado se planificó en alguna de sus terrazas con vista al mar, como lo muestra la película «Missing» de Costa Gavras. De ahí que todos sus antiguos moradores se conocen, y sus hijos hombres siguen la ruta de Prat, aporreándose las güevas en los ejercicios instructivos de la Escuela Naval. Por eso en toda familia viñamarisina de respeto, hay un almirante (venga el bu...), un capitán de fragata, un patrono milico que inyecta la jerarquía facha en sus descendientes. Y si por ahí alguno le sale descarriado, lo meten en la Escuela de Arquitectura de Valparaíso, el templo esotérico que experimentó la estética del ranchal patrio en los andamios de Ritoque, vecino de aquel campo de concentración.

Es posible decir que Viña es una ciudad jardín sembrada por la derecha, y su rancia parentela conserva un tramado social fundado en la moral y la tradición difícil de encontrar en el resto del país, con excepción de La Serena. No es casual entonces que el último Encuentro Nazi del Continente se realizara en el Palacio Rioja. Tampoco es sorpresa que existan grupos cultores del Tercer Reich bajo la tibia sombra de sus parques. Pero esta Viña del Mar que retrata esta crónica, es sólo una parte, quizás el centro cercano a la hediondez del estero que cada año se desborda y adorna de mojones las alfombras y petunias de Avenida Libertad. Tal vez más alejado, bordeando la periferia de los cerros, un cordón humilde rodea las mansiones y da cuenta de otra parte de la ciudad, más desconocida y sin la altanera techumbre que sombrerea los palacetes. Pero eso no es Viña, le escuché decir a una chica dorada en la playa Casino, enredándose el chicle en su dedo fino, con la baba clasista de su orgullo viñamarino.

5 Comments:

Blogger Esmeralda said...

Un poco retorcido. Pesimista y a veces realista. Me gustó.

7:43 p. m.  
Blogger Rodrigo said...

excelente visión, vivo en Viña del Mar... pero después de haberme alejado a un pueblo del sur... para nada encuentro aburrido ahora... es solo cosa de salir a buscar en cada rincon de la ciudad, hay tanto que descubrir.... sin embargo, siguen existiendo esas señoras que pelan las cirugias mal hechas de sus amigas... hay de todo en este mundo

un saludo desde viña
rodrigo

10:40 p. m.  
Anonymous Rodrigo said...

y cual es tu motivo para describir a Viña del Mar de esa forma ?? de seguro, jamás haz vivido en Viña.

Catalogando, y metiendo a todos en el mismo saco no es la forma...
Saludos.

10:44 p. m.  
Anonymous Susana said...

Que Horribles tus palabras, se nota que jamas has vivido un año entero en Viña del Mar, donde hay gente amable, luchadora y trabajadora, se nota que tu te has rodeado de ese tipo de gente que tu describes por que no hay otra forma de entender por que escribes lo que escribes....que pena...realmente me das pena...que poca visión tienes ....por que si te hubieses dado un tiempo ...te darías cuenta que nada es como tu lo describes...vivimos en una ciudad limpia de smog, rodeada de vegetación ...de un hermosa playa ...limpia...el estero no tiene olor...mi cuidad esta muy bien cuidada ....!!!

11:17 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lo peor que he leído en años.

2:10 p. m.  

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