viernes, abril 21, 2006

El garage Matucana Nueve (o "la felpa humana de un hangar")

Y era que se vagaba por la noche santiaguina mediando los ochenta, en largos carretes de la revuelta resistente. La manga callejera, media artista, media artesa, poetas de gomina punkie, intelectuales de izquierda ñuñoína y pobladores desalambrados en su vértigo de cuentear cajas de vino tinto en las plazas, en los actos políticos, en las peñas, en los recitales, en fin, donde se proyectara el rito ansioso de fumarse con rabia un cambio al presente. Y si no ocurría, por lo menos había que imaginarlo en la farra nochera que hilaba zapatillas, sandalias y bototos under camino a Matucana. En Estación Central, a media cuadra de Alameda, el Garage cuna del margen vanguardia, a reventarse de pelados metaleros y chascones floripondios, todos allí, hermanados por el subterráneo alternativo donde se ideaba el Chile en democracia.

Por entonces el comic, los peinados raros y la patota pirata que soltaba sus humores creativos en ese solar del placer utópico, la barraca que acogía a las tres mil mujeres en tres días de feminismo, izquierda y rabias sin calzón. Por allí pasó casi toda la subversiva movilización antidictadura, animada por el Jordy, la Rosa Lloret y la familia amigota de pintores, poetas, teatreros y soñadores que reventaban de eléctrica música los viernes de Matucana. Siempre con cucas de pacos en la puerta, por reclamos, por la bulla, por las peleas, por los botellazos, por todo el tráfico de ideologías destapadas y resentimientos bailables, tomables, fumables que acontecían en ese galpón periférico. El corazón duro de aquel Santiago crispado por el rechinar de la protesta. El espacio taller para pintar lienzos y carteles usados en las concentraciones. Frases y poéticas del panfleto escrito en los ecos de aquella catedral piñufla, siempre enfiestada por las tocatas, las reuniones y las acciones de arte que narraban su desespero.

Y era que allí, la noche ochentera quería durar para siempre en el dionisíaco adelanto de la democracia que se vacilaba, en la ansiedad pendeja sobajeándose y brindando el cuerpo en la felpa humana del hangar. La variada multitud de chicos y no tan chicos que transaban el espacio común con la manda de la ropa negra. New waves pálidos y ojerosos imponiendo el look gótico sacado de la ropa americana, chicas rebeldes, minifalderas pop, que encueraban las noches en el humo azul de los pitos. Conjunción de estilos, sombreros retro y gafas de gata con brillitos, en el zumbante reggae que recién llegaba, amortiguando el heavy rock con su calipso calentón. Entonces se bailaba, entonces el cuerpo asumia el desafío de la pista donde el choclón político de mitines y cantatas convocaba a la joven izquierda, la bella izquierda desarrapada y voluptuosa en su güeviar noche a noche hasta el clareo vinagre del amanecer.

Y fueron tantas veces, tantas tardes, noches y mañanas que el galpón insalubre adoptó en sus andamios de buque-piojo al desacato urbano. Que los ensayos de perejiles rockeros que no tenían lugar, que el teatro pánico donde volaban por los aires los actores que terminaban en la posta quebrados y patulecos con el porrazo. Que la visita de Christopher Reeves, Superman, que vino a solidarizar con los degollados. Y allí conocimos al hombre de acero, de cerquita, con su alto porte gringo y sus ojillos celestes emocionados en el discurso. Todo eso pasó bajo la techumbre cimbreada del galpón, pasó como destello glorioso del esperado destape amasado en los ochenta y que nunca vio futuro. Porque llegada la democracia, la rémora conservadora del cambio desalojó la fiebre del lugar, inauguró otros espectáculos de vanguardia neutralizados por el comercio, banalizados por el mercado del margen, sobajeados por la venta clasista del under censurable. Pero aquella pasión errante, quedó apresada en el teatro vacío de aquel Garage, que retornó a su práctica de bodega, donde no quedan rastros de sus grafittis obscenos y el lugar ya no es una "boca de tráfico" para el sencillo barrio de venta de tuercas y repuestos de autos. Tampoco hoy nadie se queja del estruendo acústico de los motores que acallaron para siempre la balada vibrante de otra época.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

Hola, muy buen artículo, quién lo escribió?
saludos!

8:14 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

pedro lemebel

8:19 p. m.  

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