Un letrero Soviet en el techo del bloque
Así, fuera poco vivir colgado de una jaula de cemento, donde el choclón de vecinos forman una familia, una salsa de gente que vive al tres y al cuatro intercambiando sus penas y esperanzas en las copuchas de pasillo. Sobre todo cuando citan a reunión porque una gran empresa ofrece poner un cartel en el techo del bloque. Tan grande como los luminosos de Manhattan, tan espectacular como esas marquesinas de neón que hay en el centro. Con tanta luz para iluminar los rincones, y así los patos malos no puedan seguir cogoteando gente. Un super aviso que va a ser la envidia de toda la pobla, porque las señoritas que pasaron encuestando casa por casa para que los vecinos dieran autorización, prometieron las mil y una con tal de instalar el letrero en el techo. Dijeron que si todos estaban de acuerdo, la empresa se comprometía a iluminar los pasillos, a arreglar el techo para el invierno, a hacer un jardín con juegos infantiles para los cabros chicos, a poner protección en las ventanas para los ladrones, a pagar un tanto mensual a cada casa por concepto de publicidad, y a colocar todos los vidrios que faltan. Aseguraron que iban a emperifollar la facha del edificio y lo iban a mantener tan limpio y bonito como uno de esos condominios donde viven los ricos en el barrio alto. Que se iba a organizar un comité de ornato y aseo que botara todos los cachureos que las viejas amontonan en el balcón, que además no se iba a permitir que colgaran los calzones en las barandas porque daba muy mala impresión, que iban a botar todos los tarros, ollas, bacinicas y teteras donde las viejas cultivan plantas pobres, esos cardenales y suspiros, esos mantos de Eva, esas plantas espinudas que sobreviven pese al meado de los volados, las chinitas y las matas de ruda y toda esa ordinariez de jardín rasca iba a desaparecer, lo mismo que los perros pulguientos y los gatos asesinos de palomas, todo iba a cambiar gracias a la generosidad de la marca que iban a instalar en la cabeza del bloque.
Entonces, surgieron las primeras malas caras, las miradas recelo sas de las viejas porque les iban a cambiar sus costumbres, sus mañosas costumbres de amarrar con alambre la destartalada miseria, su porfía de no arreglar el techo y poner una cacerola en la gotera del invierno, su devoción sagrada por los cardenales que florecen como carne de perro, su amor por los quiltros sin raza, fieles hasta la muerte. Y por último, la gota que rebalsó el vaso fue la noticia que se iba a pintar el bloque de un solo color. ¿Y de qué color? Todas preguntaron a coro. Bueno, dijo la niña de la empresa, tiene que ser rojo para que combine con la publicidad del anuncio. Entonces quedó la zorra, en un dos por tres la pacífica reunión se convirtió en una batahola. ¿Y por qué rojo?, dijo la mujer de un paco, va a parecer guarida de comunistas. ¿Y qué tiene en contra de los comunistas? Harto sufrieron con los milicos mientras usted le pegaba en la nuca a su marido que andaba apaleando gente. Quiere que pinten el bloque verde para que parezca retén, ahí sí que se vería bonito. Y por qué no rosado, o celeste, o plomito para que no se note la mugre, porque la gente aquí es tan cochina. Usted será cochina señora que tira la mugre al primer piso. Y usted que se hace la lesa con la venta de mariguana que tiene su hijo. No te metái con mi hijo vieja cabrona que tenis a tu hija trabajando en un topless. Esa sí que no te la voy a aguantar vieja maraca. Y se agarraron del pelo revolcándose ante los crispados ojos de las señoritas promotoras que salieron arrancando entre el revoltijo de papeles y carpetas que volaban sobre las mujeres malcornadas en el suelo.
Muy poco duró la esperanza de cambiarle al bloque su destartalado pelaje, porque las señoritas no volvieron nunca más a insistir con su propuesta publicitaria. Y meses más tarde, el gran afiche de los Jeans Soviet apareció en el techo de otro bloque, donde la gente es más ordenada y decente. Ahí casi todos son empleados públicos y tienen sus autitos que los lavan como guaguas los días sábado, dijo la mujer del paco entre la pica y la resignación. Además usted vecina decía la verdad, con tanta reja parece comisaría.
Así, cada casa del bloque la pintó cada vecino del color que quisiera, pedazos de naranja, partes de amarillo, murallas calipso, en fin, un mosaico de vidas que relucen su diferencia. Una forma de contener la modernidad uniformadora de la ciudad light, la ciudad aburrida, toda igual con su hábito de espejos y limpieza. La ciudad hipócrita, como un Miamicito lleno de carteles y neones que ocultan con su resplandor la miseria que se amohosa en los bordes.
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