El cumpleaños del Ricacho Polvorín
Si tengo que decir algo, me lo contaron, lo supe por allá en los 80, en los mejores años de la mordaza milica. Cuando un magnate chileno sembraba dólares como flores con su negocio armamentista. Como una fábrica de chocolates explosivos, fabricaba balas, tanques, bazucas y bombas racimo sin ninguna moral, sin culpa, el ricacho polvorín era un viejo pascuero que proporcionaba los petardos y juguetes bélicos con que el régimen asustaba a los ciudadanos. Y le fue bien a este platudo de la guerra, tan bien, que pasó a formar parte del jetset carretela que armaron las revistas de moda en esos años de alcurnia fascista y rotaje apaleado.
El cuento lo agarré una de esas noches de pisco y conversa en el Circo Timoteo. Aquel Circo travesti del cual ya hablé anteriormente, pero nunca se agota mi enamorada admiración por sus personajes. En este caso es la Rosita Show, la bomba latina que se abanicaba de aplausos en las funciones nocturnas de la carpa piojenta. Con su mano en el cuello, como si acariciara un valioso collar, me dijo: en la semana, cuando no hay función, nos entretenemos jugando a las cartas en la carpa de la Vanessa. Nunca falta un traguito o alguna loca amiga que cae de visita. Y ahí estamos hasta el amanecer, dale con el chiste, la talla y el conchazo; cuando apareció un cabro chico diciendo que un caballero quería hablar conmigo, que me estaba esperando en un auto, en la calle. Y qué auto niña, casi me caigo de culo al ver el medio Mercedes con chofer buscando a esta princesa. Y yo en esa facha, pero igual me acerqué a la ventanilla del auto y les dije: ¿Ustedes buscan a Rosa Show? Yo soy, qué se les ofrece. Entonces los reconocí al tiro, era ese locutor de la tele que daba las noticias, andaba con otro, un cómico medio pelao que se rió y me dijo: pero usted no es la Rosita Show. Claro que sí. Lo que pasa es que ando de civil. Bueno, sucede que nosotros la queremos contratar para el cumpleaños de un amigo. Le pagamos 20 mil pesos y usted le canta cumpleaños feliz, le menea un poco el queque y eso es todo. ¿Y dónde queda esto? No se preocupe, la llevamos y la traemos cuando usted quiera. Y sin pensarlo dos ni tres veces les dije que bueno, porque uno anda a patas con el águila en el negocio del circo. Lo que sí, van a tener que esperarme una media hora para armar a la Rosa. Ningún problema, tenemos tiempo. En una hora estamos aquí. Y el auto salió soplao en una nube de tierra, y yo corrí a la carpa a maquillar, peinar y vestir a la Rosa. Cuando volvieron ya estaba lista. Se quedaron con la boca abierta los huevones. No lo podían creer. ¿Cómo estoy?, les pregunté mostrándoles el bikini de lentejuelas negras, los tacos, la boa de plumas, la peluca y un abrigo que me puse encima porque hacía frío. Diez puntos me dijo el cómico abriéndome la puerta del auto. Yo no tenía miedo porque eran personajes de la tele y en el camino me fueron explicando lo que tenía que hacer en la fiesta. El auto cruzó el centro, subió por Alameda, Providencia, Apoquindo, Las Condes y siguió subiendo. Por lo misteriosos me parecía estar en una película de gángsters porque el pelao jalaba un polvo blanco como loco, con el otro, el locutor. ¿Quiere un poquito para los nervios?, me dijeron. No, muchas gracias, les contesté tiritando, entumida en el abrigo. ¿Tiene frío? Ya vamos a llegar, allá se toma un traguito para que entre en calor. Cuando llegamos se abrió una reja como de cementerio y un guardia se asomó adentro del Mercedes y nos dio la pasá. Hasta ese momento yo no sabía dónde estaba, porque había árboles y más árboles que iban pasando mientras el auto seguía por el camino. Entonces oí la música y ví las luces, y me acordé del circo al ver esas carpas blancas y toda esa gente fina copeteándose y riéndose, tan feliz. Vamos a entrar por la cocina para que sea una sorpresa, me dijo en la oreja el pelao y me metieron por un pasillo hasta una cocina que era enorme, como un salón de baile. ¿Cómo será el resto de la casa?, pensé entre los curados que me aplaudían cuando yo pasaba. De ahí me dejaron en una pieza y me trajeron whisky y una bandeja con tragos y canapés, jamones, quesos y pavos. Y a mí con lo que me gusta el pavo. Claro que estaba un poco desabrido, pero encontré un platillo con sal en polvo, y justo cuando le estaba echando entró el pelao y se puso a reír y me dijo que eso no era sal. Pero que no me preocupara, porque podían traerme los pavos que yo quisiera. Y me dejó sola en esa pieza donde me quedé escuchando la música y al locutor de la tele que anunció a una cantante, después al humorista y luego dijo que había un regalo sorpresa para el cumpleañero. Y me sacaron corriendo, sin el abrigo, por los pasillos alfombrados de la casa hasta donde estaba reunida toda la gente. "Aquí todos son famosos menos yo", le dije al pelao que me empujó al micrófono para que cantara el cumpleaños feliz. Pero no sé el nombre del festejado le dije. Se llama Carlos y es ése de terno azul. Pero no fue un buen dato porque casi todos andaban de temo azul, y ni supe a quién le dediqué la canción, y por eso los saludé uno por uno, y todos me decían cochinadas, y todos me daban agarrones, y todos me desarmaban la esponja de las tetas, y todos me metían la mano por ahí y la sacaban mirando pal lado, y todos andaban amasando re cufifos cuando me encuentro al pelao que andaba repartiendo su bandeja de sal. Y con ese frío, y con ese romadizo de mierda que me dio, atchís, que le estornudo encima y adiós a esa hueva blanca que todos chupaban por la nariz, a la chucha ese polvo que los tenía a todos tiesos y hablando babosos, habiendo tan buena música. Puta qué cagada, decían los famosos en cuatro patas, olfateando como perros el suelo.
Y parece que de ese talco no había más, porque casi me tiraron las veinte lucas super enojados, y me envolvieron los pavos, los jamones, los quesos y una botella de whisky. Y a empujones me subieron al auto que se vino hecho un peo por la Alameda, y luego por el centro hasta llegar a estos tierrales abajo, hasta el circo, donde la Rosita Show, ebria, de noche se ríe contando la aventura, diciéndole a las locas que coman y tomen no más, que el whisky es de primera, que los quesos son super finos y el pavo está rico rico, claro que le falta un poquito de sal.
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