Noche de Hallowen en Valparaíso
Al Chago y su pandilla de Playa Ancha
Que si alguien dice vamos al puerto este fin de semana, y más aún si hay un feriado entremedio que moviliza a la manga de santiaguinos apestados con el esmog y esa humedad apocalíptica que moja la entrepierna y suda las calles de la ciudad. Vámonos al puerto, dice alguien, y como por magia se siente el frescor del oleaje y el tufo de mariscales y frituras de pescados con vino blanco heladito para quedar raja tirado en Las Torpederas, fumándose un buen pito de paraguaya, de esos que te hacen olvidar género y nombre. Además, hay noche de Halloween en la disco no sé cuánto, y no te cuento qué volá, qué onda, qué súper carrete, Pedro, y olvídate de las crónicas y vamos ya.
Y ahí vamos encaramados en el pullman que sale completo porque la gente aprovecha estos recreos de los santos para ir a remojarse las patas en el mar, qué putas que está helado, que te deja el poto azul, tiritando diente con diente pero feliz, contento de arrancar de este hoyo asfixiante que es Santiago. Digo feliz, pero quiero decir con lo justo, con la plata del pasaje y algunas lucas para el carrete, con la esperanza de encontrar locos de la farándula, que en la noche cooperen con la de pisco en la escalera del puerto donde nos instalamos ocultos de los pacos, para hablar de política, de arte, de música y cantar esas canciones añejas que los jóvenes sólo cantan en Valparaíso. Los chicos rebeldes que en Santiago apenas me saludan, allá se tiran a mis brazos porque en la noche porteña todos los gatos son negros. Hasta unos cuícos de Tabancura que van pasando y al sonido de las risas nos hacen salud y se integran al grupo diciendo que me han leído, que me comprenden, que me aceptan porque soy buena onda. Y son tan jóvenes y bonitos que me guardo el resentimiento social para el Primero de Mayo, total, en una de ésas me caso con el rubio underground que se hace el descamisado en estos arrabales. El rubio medio pato malo que se quedó pegado conmigo y me estira la botella como si quisiera curarme, digo yo. Y me cuenta la historia del Halloween, de las calabazas con velas y las brujas, porque él la vivió en gringo-landia de pendejo, súper viajado, súper drogo y con ene billete, que suelta generoso cuando se acaba el pisco, y me dice que mejor nos cambiamos al whisky para llegar relocos a la fiesta de Halloween donde la Pelusa en Viña. Que no me preocupe porque allá hay de todo y si falta llevamos dos whiskys, pitos y unas líneas «para olerte mejor». Que me olvide de mis amigos de la escalera, porque ellos van a ir a esos bares de mala muerte donde no pasa na'. Tú sabís. Y casi sin pensarlo, me embalo con ellos en una micro rumbo a Viña, hipnotizado por los ojos del rubio que me dice que andar en auto curado en Valparaíso es un suicidio. Y debe ser así, porque la micro, casi vacía, zangolotea las cuestas, culebreando cerros en medio de las risas y canciones en inglés que entonan los CUÍCOS, doblemente mareados por el viaje. De pronto el vehículo se detiene, y en una esquina suben tres payasos callejeros que encienden aún más la fiesta micrera con sus caras pintadas y ropas de colores. Viste que acá también se celebra el Halloween, me dice el rubio, aplaudiendo a los tonys que se instalan junto al chofer para iniciar su show ambulante: «Señores pasajeros, hay payasos buenos y hay payasos malos. Nosotros somos malos, así que vamos cooperando con todo lo que llevan, y no es broma», dice uno sacando un cañón y apuntándonos a todos mientras el tony chico procede a la recolección de relojes, anillos, plata y whisky, hasta dejar al grupo tan limpio como Dios lo echó al mundo. Al bajarse, le sacan un puñado de monedas al chofer que se queda tan boquiabierto como nosotros, sin saber si reírse o enojarse cuando pistola en mano se despiden, diciendo: «Acuérdense de que hay payasos buenos y malos, nosotros somos malos.»
De ahí a la comisaría a hacer la denuncia, todos bajoneados de quedarse sin plata ni carrete en mitad de la noche. Todavía desconcertados por el circo del robo, por la habilidad teatrera de esos pungas de mierda que me robaron mi Rolex nuevecito, me dijo el rubio ya sin caña, completamente lúcido y enrabiado, insoportablemente cuíco ya sin trago ni drogas. Imposible de seguir aguantando al grupito pituco en su desgracia, lamentándose, llorando porque tenían que regresar a Viña caminando. Y cuando lleguemos, van a ser las seis y adiós fiesta de Halloween, puteaba una de las niñas. Entonces, en un acto de buena fe, metí la mano en mi bolsillo y les pasé plata para otra micro. Y sólo ahí se dieron cuenta de que los payasos a mí no me habían revisado ni robado. Debe ser por el miedo que tiene la gente de tocarme, le dije al rubio que se quedó marcando ocupado cuando le tiré un beso con el dedo y me perdí en las sombras del puerto, caminando hacia esos bares de boleros picantes donde aún me esperaban mis amigos con las copas en alto a punto de beberse la noche porteña con su roja risa de payaso.
7 Comments:
Buenisimo!!
Me gusta mucho leer a Lemebel...
Ahora estoy leyendo "La esquina de mi corazón"
Me encanto su Blog
Saludos
Yeissy
Gracias, Yeissy. A mí también me gusta mucho leer a Lemebel por eso armé este blog con sus crónicas. Saludos.
Ufff no sabes cuánto te agradezco el que hayas creado este blog. Así podré dar la referencia exacta, para que todos mis amigos que gustan de la buena literatura puedan llegar a conocer la obra de tan talentoso escritor.
Enhorabuena.
Gracias, Juan Carlos. Saludos.
Pero... ¿y qué dirá Lemebel de esto? Es decir... supongo que tiene derechos como autor...
Sólo le queda demandarnos...
¿Qué has pensado de eso Matías?
SOY JOHN DE COLOMBIA, AMO A LEMEBEL CASI DE MANERA ENFERMIZA, LE HICE HACE POCO UNA ENTREVISTA PUEDEN PASAR POR MI BLOG Y MIRARLA.
Soy Humberto de chile, orgullo siento por Pedro un maestro de la crónica y la ironía para pasearnos de aquí Hasta los confines
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