Las mujeres del PEM y el POJH (o recuerdos de una burla laboral)
Y casi a mediados de la dictadura, cuando se vino encima una avalancha de cesantía, después de los años gloriosos de los yuppies y su dólar a 39 pesos. A fines de los setenta, cuando el boom económico era viajes, fiestas y circo para los adictos al régimen, precisamente luego de estas regalías de ricos y bototos, el castillo económico se les hizo agua a la patota amiga de Cuadra, José Piñera y el muñeco arrugado de Büchi (¿usted recuerda a ese candidato a La Moneda? Qué fantasía, qué chiste tener una peluca de tony en el sillón presidencial). Era rara, exótica y nefasta esa tropa de treintones palogruesos tirando líneas en la economía de un país anestesiado por la represión. Y en ese paisaje, en esa vida aporreada de las clases populares, a estos personajes se les ocurrió disfrazar la enorme cesantía con un proyecto de trabajo masivo que le diera pega tembleque al ocio hambriento de los chilenos.
La propaganda rezaba que si usted no tenía laburo, si usted era jefe de hogar y estaba cesante, que corriera a la municipalidad más cercana a inscribirse en el plan de trabajo instantáneo del PEM y el POJH, que diera sus datos, su edad y especia-lización, y en menos que canta un gallo sería llamado para integrarse a una cuadrilla de trabajo municipal. Eran grupos de gente formados por mujeres y hombres jóvenes, obreros que trasladaban piedras de una vereda a otra, personas mayores que hacían hoyos cavando al sol toda la mañana, para después taparlos sin ninguna justificación. Era un Santiago nublado que recordaba esos pueblos nazis donde marchaban hileras de judíos para trabajos callejeros. Santiago se despertaba mirando esas manadas de obreros del PEM y el POJH sembrando de pasto y florcitas los bandejones de las avenidas. De lejos sus uniformes y delantales grises, eran una burla laboral que ocupaba a todas las señoras de una población para barrer las calles, para sacudir los monumentos y lustrar las baldosas de la municipalidad donde el alcalde pasaba rodeado de trabajadores del PEM y el POJH, llevándole las de abajo, sacudiéndole el traje, pasándole la lengua a la calle principal de la comuna porque venía de visita doña Lucía, la primera dama y su corte de veterrugas alcahuetas del nombrado Cema-Chile. En el gimnasio municipal, se reunía la señora del dictador con las mujeres del PEM y el POJH, las abuelas, madres, tías y sobrinas que la escuchaban con rabia y pena. La oían en silencio dando sus conferencias para sobrevivir en estos tiempos difíciles. Saquen papel y lápiz, les ordenaba una secretaria, para que anoten las ricas recetas de comida barata que ustedes pueden hacer con desperdicios. Juntando cáscaras de papas, bien lavadas, pueden hacer una sabrosa sopa que reemplazará la cazuela agregándole una coronta de choclo. No boten las cáscaras de manzana porque pueden hacer un lindo kuchen para la once, decorado con granos de uva que se recogen en la feria. Ustedes no saben lo que puede hacer la imaginación en estos tiempos de crisis. Sobre todo en la cocina popular. ¿No es cierto, Laurita Amenábar? No boten las sobras ni los cuescos, ni los huesos que es pura vitamina si los muelen, o también pueden hacer artesanías que enseñan las profesoras de Cema-Chile. No son épocas para desperdiciar la comida, decían las damas encopetadas, despidiéndose de las tristes mujeres, alineadas en las veredas, con una banderita en la mano, saludando a las señoras paltonas de la comitiva presidencial.
El programa de trabajo fácil del PEM y el POJH, fue la gran humillación que hizo la dictadura con la fuerza laboral de un país abofeteado por el desempleo. A cambio de una mísera paga y la limosna de un paquete de mercaderías, cientos de chilenos y chilenas eran usados en labores decorativas, trabajos inútiles, quehaceres degradantes para la inteligencia de la clase proletaria. El gallardo pueblo chileno, formado en largas filas afuera de las municipalidades, para recibir las migajas del presupuesto nacional que dejaban los milicos y yuppies. Allí, en esas mañanas de «dulce patria pinochetista», la repetición en las calles de las espaldas timbradas por el logotipo del PEM y el POJH, retrataba crudamente el menosprecio por la dignidad humana impuesto por aquel modelo económico, el mismo que hoy, remozado por el afeite democrático, intenta reponer la cataplasma vejatoria de esos proyectos como parche circunstancial al presente desempleo. Podría decirse que estas geometrías temporeras de la función salarial, rememoran otro Santiago, otro paisaje corpóreo, que en los días del PEM y el POJH, marchaba por las calles goteando la ocupación mendiga de su inestable pasar.
PEM: Programa de Empleo Mínimo
POJH: Programa Ocupacional de Jefes de Hogar
8 Comments:
Una vergüenza nacional, con Allende eso no pasó como lo había pronosticado la derecha en sus campañas de terror.
Amargo recuerdo, bien narrado.
Amargo recuerdo, bien narrado.
pero si los libros de "historia" nos contaban la verdad?!?
Vergüenza... mientras el dictador y su cofradía se llenaban los bolsillos
Tristes y amargos recuerdos.
Todavía duele esa época de esclavitud que fue la base del "progreso" actual.
Que pena me da en esa época una amiga trabaja y lo que me cuenta no es nada agradable
A mi no me gustan los relatos, necesito un documento o algo que lo confirme. De lo demas estoy 100% sehuro de que paso, como la Cesantia y el Desempleo alto.
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